sábado, 2 de abril de 2011

IV Domingo de Cuaresma. Domingo de la Luz

El IV Domingo de Cuaresma se centra en el signficado de la luz para un cristiano, como el anterior lo hacía en el agua. La Palabra de Dios de este día se encuentra en el Primer Libro de Samuel 16, 1b.6-7.10-13a, cuando David (figura de Cristo) es ungido rey de Israel; Salmo 22, en el que proclamamos que el Señor es nuestro Pastor y con él nada nos falta; Efesios 5, 8-14, con este versículo para meditar: "Levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz; y el Evangelio según S. Juan 9, 1-41, con el encuentro de Jesús con el ciego de nacimiento.

La narración de este milagro, en el contexto de la fiesta de las Tiendas en las inmediaciones del Templo, revela a Jesús como "luz del mundo". El enfermo no pidió nada. Es Jesús quien le mira. Sólo de modo secundario los discípulos toman la palabra, mientras que el ciego sigue sin decir nada. Y el discurso aborda un tema fundamental: el significado del sufrimiento, que, según la mentalidad de entonces, estaba vinculado al pecado. Jesús dice claramente: "No ha sido ni un pecado suyo ni de sus padres". La ceguera (sufrimiento) indica la situación natural del hombre. Todos somos ciegos de nacimiento.

Es el Médico quien toma la iniciativa. Sus acciones se parecen a las de la primera creación (ej. el barro aplicado a los ojos). Para que el hombre pueda "ver" la luz, se precisa una nueva creación. Jesús da un mandato al ciego quien, a diferencia de Adán, sí obedece. Su obediencia es una gran acto de fe, de total abandono. De él brota una sabiduría que viene de lo alto: sabe dar gloria a Dios con las palabras y con la adoración. Termina afirmando: "Creo, Señor. Y se postró ante Él".

Hacemos nosotros hoy experiencia de este encuentro, próxima la Semana de Pasión y Gloria de Jesús y decimos: Cúranos, Señor Jesús, con el leve rozar del dedo de Dios y con la Palabra que abre los ojos y corazones a la luz. Envíanos, Señor Jesús, a la perenne piscina del bautismo de vida nueva. Manifiéstate, Señor Jesús, luz gozosa poniendo sobre nuestros labios el grito del ciego curado: "¡Creo, Señor!".

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